Agradecemos a Galería de Cultura y a su director Darío Morán, por dar a conocer estos cuentos, inspiraciones de grandes escritores guatemaltecos; hoy los invitamos a leer y a conocer El Marimbero, de Carlos Samayoa Chinchilla
CLUB VIRTUAL DE LECTURA GUATEMALA
Sección » Ahí te dejo un tu cuento…»
Por Dario Morán
[Asignación Literaria obligatoria para miembros del Círculo de Lectura y del Club]
Cuento : EL MARIMBERO
Autor : Carlos Samayoa Chinchilla
DESDE muy patojo, Pedrito de la Cruz demostró que tenía vocación para la música. Nacido en Olintepeque, de padres que por honrados se habían quedado «en las cuatro esquinas»[Sin nada], y no conforme con su suerte de niño pobre, huyó un día de su casa y se marchó a Quetzaltenango, ciudad donde primero fue sirviente del administrador de rentas y luego aprendiz de sastre.
Su maestro de taller, un viejo parrandero con ojos de tecolote y corazón de alfeñique, formaba parte de un grupo de marimberos.
Así fue como Pedro por vocación por destino, se inició en el difícil arte de tocar la marimba. Al principio en una de parche y tecomate, y después ,cuando sus habilidades se dieron a conocer, en una cuache, con teclas de pura madera de Hormigo, de esas que se tocan «a ocho manos», y ostentan en sus faldones nombres románticos y evocadores como : «Maderas que Sollozan», «Voz de la Tierra» o «Alma que Sueña»…
Alto de cuerpo, despercudido y colocho, aunque un tanto narizón, el joven fue bien pronto el «quien quilete» entre las patojas y patojonas que frecuentaban los rumbos y bailes de guante de la bocacosta y cabecera.
Más tarde contratado por míster Hules, un empresario gringo que sabía lo que es bueno y la raja que hay que sacarle, se trasladó a la capital, formando parte de una «troupe» que al final de temporada emprendió un largo viaje por Europa y los Estados Unidos.
En Londres, París, Amsterdam y Nueva York, el instrumentos chapín «hizo furor», ejecutando música de principios de siglo : «Sobre las olas», «Cuando el amor se muere», La Flor del Café», «Amistad y Cariño», «Bella Guatemala», y como nadie es profeta en su tierra, según dicen los gallos de Jalpatagua, al cabo de seis o siete años de vivir y actuar en el extranjero, nadie hubiera conocido a Pedro de la Cruz de Olintepeque.
La última vez que tuve la buena fortuna de hablar con él vestía muy elegante : terno [Traje] azul horizonte, camisa de fina seda, corbata de plastrón y, cadena de oro con valioso dije sobre el chaleco. Completaban su atavío unos guantes de color crema fresca y una caña de Indias con pomo sobredorado.
-¿Como le va amigo Pedro? Cuantos años sin verle…
-Hola, hola, mi buen señor…
-¿Desde cuando está aquí? ¿Por donde vive?
-En el boulevard del Botellón, muy cerca de las Cinco Calles…Ya estoy de nuevo en mi tierra; pero cosa curiosa, la vieja Guatemala se me ha perdido; no la encuentro por ninguna parte…
Con su risa de barítono joven, se rió alegremente. Hasta su risa me dio la impresión que se había musicalizado : sol, mi..sol,sol,mi…
Luego siempre amable y sonriente, me tendió una de sus tarjetas de visita. en ella, algo asombrado, leí » Pierre de la Croix, Maitre Musicien, 75 Rue de Beaune, París, France».
De un fondín [pequeño bar] vecino, tristes y nostálgicas , salieron a la calle las notas de un son quetzalteco. Mi amigo dejó de reír y sus ojos, empañados por la emoción, se perdieron en el cielo.
Comprendí : por los ojos y los oídos de Pedro de la Cruz pasaba otra vez la vieja e inolvidable Guatemala. FIN.
Crédito de la imagen: Galería de Cultura